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Rubén Arteaga digno hijo de su padre

19/01/2022

A poco más de un par de horas de vuelo (desde Madrid) se puede uno encontrar ante el espejo del tabaco caribeño: Canarias. La tradición y la cultura tabaquera está insertada en la historia de las llamadas Islas Afortunadas y en el ADN de sus gentes, de forma que, sin mucho esfuerzo, uno puede sentir allí lo mismo que en el Caribe, pero justo en el extremo contrario de los vientos alisios, a este lado del azogue.

Eso hace que la historia de Rubén Arteaga, en realidad, no sea muy diferente a la de cualquier tabaquero cubano, dominicano o centroamericano. Su abuelo y ase dedicaba al tabaco y esa tradición es importante. A todo buen tabaquero le gusta mostrarla, como lo es también la pasión que sienten. En Rubén Arteaga no es menor. Solo hay que ver con qué entusiasmo te guía por todos los rincones de la fábrica de Dos santos, donde se producen marcas como La Regenta, Cónsul y Condal, para darse cuenta de que Rubén destila pasión por todos los poros de su piel.

Pero hay algo más en alguien que estaba destinado al tabaco sin escapatoria posible. Su padre, Pedro Arteaga, «Periquín», dio de comer a sus familia gracias al tabaco; su propia casa era un chinchal y si él y sus hermanos querían tener regalos por Navidad, tenían que ayudar en casa. Hay pasión, sin duda, pero había una necesidad que cubrir que hoy se ha convertido en oficio y agradecimiento.

LA SIESTA EN LA PACA

A sus 43 años, Rubén Arteaga es hoy el maestro tabaquero de una fábrica centenaria de tabacos, el último bastión de la gran industria canaria: Dos Santos (antes La Regenta). Aquel bebé al que su padre, Periquín, colocaba sobre los fardos de tabaco, «con la chupa puesta [el chupete en Canarias] para que durmiera la siesta allí mientras ellos trabajaban. Mi padre estaba empleado en la Insular Tabacalera, que era una fábrica enorme que había aquí, en Las Palmas. De hecho, mis padres se conocieron allí».

En 1981, Pedro Arteaga salió en los periódicos delante del puro que por entonces era el más grande del mundo, torcido por él y otros compañeros tabaqueros con 110 kilos de tabaco. Rubén me enseña el recorte de prensa, que aún guarda, mientras, entre risas, exclama: «¡Cuatro metros de tabaco!¡ Mira qué misil!».

El traslado de la Insular Tabacalera a República Dominicana fue un cataclismo para la industria canaria del tabaco. Muchos tabaqueros se quedaron sin trabajo, entre ellos el propio Periquín que, ni corto ni perezoso, montó el chinchal en su casa. Y puso a sus tres hijos a trabajar. «Yo era el más pequeño. Mis hermanos mayores torcían los tabacos y a mí me iban dejando despalillar, hacer algún tirulo… Pero para mí era un juego. Ellos sí que tuvieron qeu trabajar. Hacían 400 puros al día. La marca se llamaba Los Divinos y, después, mi cometido era venderlos por la calle, en el puerto, a los turistas, a los bares…».

A pesar de la dureza, Rubén guarda buenos recuerdos de aquella época. Se le nota que, cuando habla de su padre, lo hace con respeto y con admiración por un hombre que se volcó para buscar el sustento de su familia. «La fábrica estaba en casa, en una de las habitaciones, y nosotros vivíamos en un bloque de apartamentos», recuerda Rubén, «así que te puedes imaginar lo que era descargar las pacas, subirlas a casa… Toda una historia». Aquel capítulo, el de la necesidad, se superó cuando, finalmente, Periquín entró a trabajar en Dos Santos, a finales de los años 80, donde dejó una huella indeleble. No hay nadie en esa compañía que no hable con admiración, y una sonrisa, de Pedro Arteaga. El primer de ellos, el actual maestro tabaquero: su hijo Rubén.

LA REGENTA

Rubén estaba decidido a seguir sus pasos. Aún no había alcanzado la mayoría de edad cuando se incorporó como tabaquero en la fábrica de un tío suyo que estaba en el barrio de La Isleta, en Las Palmas de Gran Canaria. En aquel pequeño chinchal, Rubén Arteaga acabó de desarrollar plenamente sus habilidades de tabaquero hasta que, finalmente, en el año 2000, Dos Santos lo contrató también a él.

Su padre era ya un tabaquero reconocido en Canarias. Cogió a Rubén, lo sentó a su lado y se dispuso a pasarle el testigo. «Son los mejores recuerdos que tengo de él. Nos sentábamos juntos a hacer las ligas, a probar tabacos y ¡me obligaba a hacerlo siempre con agua con gas! Mientras él se ponía su roncito…». Y cuando vio que su hijo podía volar solo, se jubiló.

Ahora, Rubén Arteaga es el responsable máximo de la producción en Dos Santos: compra el tabaco, lo procesa, hace las ligas, controla la consistencia, la calidad, desarrolla los nuevos proyectos. Y, por supuesto, lo hace con pasión, digno hijo de su padre, Periquín.